Desde El Fuerte Sinaloa, diciembre 21, 2025

Atenas, 2004. Kilómetro 35 del maratón olímpico.-

Historias interesantes.
Atenas, 2004. Kilómetro 35 del maratón olímpico.-
El brasileño Vanderlei Cordeiro de Lima corría solo, con una ventaja clara y el oro al alcance. Faltaban poco más de siete kilómetros para la meta y su zancada era firme, medida, paciente. No celebraba. No aceleraba de más. Solo corría.
Entonces ocurrió lo impensable.
Desde la multitud, un hombre irrumpió en el recorrido. Era un sacerdote irlandés con antecedentes de trastornos mentales. Sin advertencia, agarró a Vanderlei, lo empujó y lo sacó del trazado, rompiendo su ritmo y su concentración ante millones de espectadores.
En segundos, la carrera cambió para siempre.
Vanderlei se liberó, volvió al asfalto y siguió corriendo. Pero el daño ya estaba hecho. El italiano Stefano Baldini y el estadounidense Meb Keflezighi lo superaron. El brasileño llegó tercero. Medalla de bronce.
Pudo haberse detenido.
Pudo haberse quejado.
Pudo haber abandonado.
No lo hizo.
Cruzó la meta sonriendo y saludando al público, levantando los brazos como si hubiera ganado algo más grande que el oro. Y, en cierto modo, así fue.
Días después, el Comité Olímpico Internacional tomó una decisión excepcional: otorgarle la Medalla Pierre de Coubertin, el mayor reconocimiento al espíritu deportivo en el olimpismo.
Desde su creación, solo 21 atletas la han recibido.
Vanderlei es el único sudamericano en la historia.
No se la dieron por ganar.
Se la dieron por seguir.
Por no dejar que la injusticia lo convirtiera en resentimiento.
Por demostrar que, incluso cuando el deporte falla, la dignidad puede permanecer intacta.
Atenas no lo recuerda como el campeón del maratón.
Lo recuerda como algo más raro y más difícil de sostener:
Un atleta que perdió el oro,
pero defendió el espíritu olímpico cuando más fácil era romperlo.