Él la esperó con el agua hasta los tobillos.
Ella caminó entre olas, con su vestido flotando…
Y frente a un altar cubierto por el agua, dijeron: “Sí, acepto.”
Ni la lluvia, ni el tifón, ni la inundación más cruel pudieron detener su boda.
Porque el amor —cuando es verdadero— no se ahoga.
Se sostiene. Se enfrenta. Se construye.
Esta pareja filipina llevaba 10 años junta. Ese día no se rindieron. No buscaron excusas. No pospusieron el amor.
Se mojaron los pies, pero no el corazón.
Y eso… eso conmovió al mundo entero.



