Pluma BIC.-
Un día cualquiera de 1930, en Budapest, un hombre se detuvo a observar cómo unos niños jugaban con canicas en un charco. Las esferas, al rodar, dejaban un rastro de agua sobre la superficie. Un gesto trivial, casi invisible. Pero no para él. Aquel hombre se llamaba László József Bíró. Y tuvo una idea brillante: …