Desde El Fuerte Sinaloa, mayo 9, 2025

El remolcador “13 de marzo”

El remolcador “13 de marzo”

La madrugada del 13 de julio de 1994, el silencio de las aguas cubanas fue quebrado por un acto de horror que aún hoy estremece a quienes conocen la verdad. No fue una tragedia natural, ni un accidente desafortunado. Fue un crimen cometido bajo las órdenes de un régimen decidido a castigar con brutalidad a quienes anhelaran la libertad. Esta es la historia del remolcador “13 de marzo”, y de las vidas inocentes que el Estado cubano decidió arrebatar esa noche oscura.

Más de 70 personas, entre ellas mujeres, ancianos y 10 niños, abordaron un viejo remolcador en el puerto de La Habana, buscando escapar de una vida de hambre, represión y miedo. Habían soñado con alcanzar las costas de Estados Unidos, con el simple anhelo de vivir libres. Sabían que la travesía sería peligrosa, pero jamás imaginaron que el mayor peligro vendría de su propio país.

Apenas habían salido de la bahía cuando tres embarcaciones oficiales, pertenecientes a los astilleros del Estado, los interceptaron. No hubo advertencias ni llamados de regreso. Lo que siguió fue una pesadilla impensable: los remolcadores comenzaron a embestir violentamente al “13 de marzo”, tratando de partirlo en pedazos en plena oscuridad. Testigos sobrevivientes relataron que chorros de agua a presión fueron lanzados contra ellos, golpeándolos con fuerza brutal, arrancando niños de los brazos de sus madres y arrastrándolos hacia la muerte.

No fue un ataque improvisado fue un crimen que ordeno el tirano Fidel Castro , era una operación premeditada, fría, dirigida por quienes debían proteger a su pueblo, no asesinarlo. El remolcador, viejo y deteriorado, no resistió mucho. Se hundió lentamente, llevándose consigo a 41 personas, incluidos los 10 niños que no pudieron luchar contra las olas ni contra la perfidia de los que, desde otras embarcaciones, observaban sin piedad.

Las autoridades no solo no rescataron a las víctimas, sino que se negaron a prestar auxilio cuando el barco empezó a hundirse. Los sobrevivientes fueron rescatados horas después, no por misericordia, sino para ser interrogados, amenazados y amedrentados, obligándolos a guardar silencio. La versión oficial negaba lo evidente, disfrazando la masacre como un accidente, culpando a los propios fugitivos de su desgracia.

Pero la verdad no pudo ser enterrada bajo el mar. Las voces de los sobrevivientes cruzaron fronteras, desnudando la crueldad del régimen ante el mundo. Se supo que entre las víctimas había familias completas; se supo que los cuerpos nunca fueron entregados a sus seres queridos; se supo que, para el poder, la vida de aquellos cubanos desesperados no valía nada frente a la imagen de autoridad absoluta que pretendían sostener.

El crimen del remolcador “13 de marzo” no fue un hecho aislado. Fue la confirmación brutal de que en Cuba, querer ser libre podía costarte la vida. Fue un mensaje de terror enviado a todo el pueblo: nadie se atreviera a soñar con escapar.

Hoy, décadas después, muchos en la isla y en el exilio recuerdan esa noche como una herida abierta, como una deuda pendiente de justicia. Porque ningún régimen, por mucho que se disfrace de patriota o revolucionario, tiene el derecho de asesinar a su gente por querer vivir en libertad.

La historia del remolcador “13 de marzo” no debe olvidarse. No debe suavizarse. No debe justificarse. Cada vida perdida esa noche es un recordatorio doloroso de lo que sucede cuando el poder absoluto se convierte en verdugo y el pueblo en rehén de sus propios gobernantes.

Recordar no es solo honrar a las víctimas. Es también un acto de resistencia. Un grito silencioso que sigue navegando las aguas del tiempo, esperando que algún día, la verdad y la memoria sean suficientes para que la justicia alcance a quienes, en nombre del poder, mancharon de sangre su historia.