En 1955, en las montañas de Chiapas, una escena capturada en fotografía estremeció por su crudeza simbólica: indígenas tzotziles cargaban sobre sus espaldas a los miembros de una familia terrateniente. Iban sentados en sillas sujetas con correas, para no ensuciarse ni fatigarse al cruzar caminos de tierra.
La imagen no sólo muestra desigualdad. Habla de un país partido en dos: quienes caminan y quienes son cargados.
Estas estructuras, llamadas sillas o silletas, siguen existiendo en la cultura de América Latina. Aunque ya no transportan personas, en algunos lugares conservaron un nuevo propósito.
En Colombia, especialmente en Medellín, esas mismas silletas pasaron de ser símbolo de carga forzada a emblema de orgullo. Cada verano, durante la Feria de las Flores, los silleteros desfilan con imponentes arreglos florales sobre sus espaldas. No llevan personas. Llevan memoria, resistencia y arte.
Lo que antes fue humillación, hoy florece en dignidad.